Nos dimos cita el pasado 17 de abril en la comarca de la Vera, en Cáceres, para iniciar un viaje importante, la aproximación a la muerte desde el punto de vista del Budismo, y entender con ello mejor el propósito de nuestra vida. Un tema al que el Budismo presta especial atención, y para el que todos los asistentes habíamos reservado el tiempo con antelación.
Las enseñanzas dieron comienzo desde el mismo día de nuestra recepción en el centro, con una acogida calurosa por parte de los Maestros, dos lamas Geshes Larampas, que serían nuestra guía durante esos días, y el equipo del centro. La comunidad budista, Thubten Dhargye Ling, ha elegido un entorno que invita a la paz mental, la reflexión y el descanso. Una finca amplia, llena de árboles, verde y flores, y tras ella, vigilantes las estribaciones de la Sierra de Gredos, dando aún mayor sensación de sosiego.
La casa donde nos dimos cita era un edificio de tres plantas, todo luminoso y acondicionado hasta el último detalle. Casi todas en la planta de arriba teníamos las habitaciones dotadas de un baño personal y una señorial cama. Las ventanas abiertas al exterior daban una luz y una amplitud que hacían no querer dejar la habitación.
El primer día nos vimos todos por primera vez en la cena. Un surtido elenco de platos y con cantidades para llenar hasta al más hambriento. El personal de sala estuvo en cada detalle, pan, agua, recogida de platos…en fin, un ambiente de hotel de cuatro estrellas. Divididos en mesas pudimos empezar a hacer contactos unos con otros, compartiendo los objetivos y expectativas de este curso, que prometía. Para finalizar el día nos dimos cita en la sala de enseñanzas, la Gompa, para asistir a una sesión de cuencos tibetanos y gongs. Sinceramente, un final de día estupendo para dejar atrás la vida cotidiana y emprender el camino de las enseñanzas del Dharma.
Tras la noche de descanso, nos vimos todos de nuevo en la Gompa para empezar el día con una meditación. Más centrados y con ganas, y un poco de hambre nos lanzamos al bufé del desayuno. No faltó de nada para los gustos de cada cual.
Ya listos, ahora sí, fue el momento de empezar. Con la llamada del gong acogimos a los Maestros que desgranaron sabiduría, a paso tranquilo pero firme, abriendo nuestro entendimiento a otra manera, quizá más lógica, de percibir la realidad. Recorriendo el inicio de la vida nos embarcamos en los cuatro días del curso en el viaje hasta nuestra muerte y la obligada preparación.
No faltaron tiempos de preguntas, y amablemente los maestros saciaron la curiosidad de todos. Tampoco los obligados descansos para estirar las piernas o tomar una infusión o un té, permitiendo así compartir las primeras impresiones con los compañeros. Muchos ya en años de Budismo, otros no tanto, o nada, pero todos con la misma sed de aprender y las mismas ganas de saber.
Tras las primeras sesiones de la mañana llegó la hora de comer. Y parece que no, pero aprender abre el apetito, que pudimos bien compensar con un menú vegetariano de lujo. Platos, postres, bebidas, a gusto de todos. Sin prisa, aguardamos al café de sobremesa y el momento de un pequeño paréntesis antes de continuar. La tarde llegó y con ella las nuevas sesiones, profundizando en la concepción de la vida, en los signos de la muerte, en la forma de enfocar este proceso. Poco a poco, sin prisa, pero con mano siempre diligente, los Maestros nos fueron conduciendo al corazón de las enseñanzas budistas. Pusimos fin al primer día con la noche ya en el cielo para recoger nuestras cosas y volver a la casa, o los hoteles aquellos que no se quedaban con nosotros. La campana de la cena sonó para advertirnos que era momento de una nueva recuperación energética, y a ello nos pusimos. Con risas y palabras compartimos la cena, ya más relajados y con más sensación de familia. Pusimos fin al primer día completo con un concierto de cuencos, y listos y relajados nos fuimos a descansar para enfrentar nuestro segundo día.
El día dos y el día tres llegaron y se fueron, compartiendo momentos de enseñanzas, de aprendizaje, de buena comida y compañerismo entre todos. El sol hizo su salida el tercer día y tras la comida pudimos hacer una excursión, todo alrededor brillante y verde, tras unos días de lluvia y con los pulmones bien llenos de aire puro de montaña.
El día de la despedida se inició pronto con su meditación y recordando los momentos ya pasados, noches de cuencos y meditaciones, enseñanzas profundas y un ambiente cordial. Las caras no estaban tristes, pero todos sentíamos que había llegado demasiado pronto el momento de decir adiós.
Iniciamos nuestro último desayuno, bajamos a nuestra última clase, y tras la misma unas fotos de recuerdo. Primera despedida, el grupo de Palma de Mallorca, deben coger los aviones antes y deben salir. Besos, abrazos, promesas de estar en contacto, pues la experiencia ha sido importante y nos ha tocado.
Es el momento de irnos, abrazos, besos, agitamos manos, metemos maletas en coches y nos encaminamos a la vida de antes, pero no iguales. Un poso, una huella, en nosotros que nos dice que algo importante ha tenido lugar.
Aún pienso en ello y sonrío, seguro que no soy el único.
Crónica escrita por un asistente al curso de La muerte & prácticas de Powa en Tierra de Budas.
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