Posiblemente no es tan raro que suceda… Puede llegar un momento en la vida en el que necesitas parar de caminar. Te sientes cansado, harto, algo perdido y desorientado y no sabes muy bien cuál es el siguiente paso a realizar sin sentir que tu cuerpo quiere abandonar una mente que está a punto de enfermarle. Duele el cuerpo, se oprime el pecho, anida la tristeza en tu vientre, salen las palabras incorrectas… Y entonces decides volver a tu esencia. Volver a aquellos días primeros en los que tu alma aún estaba limpia, en los que meditar era tan fácil como salir a jugar y quedarse mirando una mariposa…
Yo quise parar… y decidí estar sola y mirarme por dentro. Decidí que debía buscar mi solución dentro de mi mente. Muy pocos me entendieron. Incluso aquellos que me querían pensaron que era mucho más fácil echarle la culpa de mi tristeza a los demás. Pero yo sabía que la solución no podía pedírsela a los demás, que era yo la que debía encontrarme en mi fondo y sacarme de allí.
Adoro Internet y estas nuevas formas de que aparezca en la pantalla justo aquello que estás buscando. Y por andar buscando con las teclas, fue la magia de la tecnología la que trajo “Tierra de Budas” una noche a mi móvil. Decía que el objetivo era encontrar la felicidad y eso me bastó para seguir leyendo. El programa se denominaba “Despierta”, que era justo lo que yo quería hacer: despertarme. El programa de actividades se desarrollaba en cinco días, de domingo noche a viernes tarde, y estaba plagado de meditaciones de muy diversos temas, todos ellos girando en torno a mis necesidades: relajación, equilibrio energético, mindfullness en paseo, meditación en la impermanencia, en la preciosa vida humana, meditación analítica para transformar la mente, meditación en la naturaleza, superación del apego, meditación en el amor, en el perdón, en la bondad, en la ecuanimidad… Yo ya tenía algo de experiencia en mindfullness, no podía ser algo muy diferente. Vi que estaba organizado por un centro budista, pero eso me pareció secundario…
Y decidí intentarlo…
Mi cuerpo dejó de quejarse casi desde el primer minuto, cuando entré por un lugar mágico, de paz, de silencio, de belleza natural… Me gustó la casa y la hice mía rápidamente… Era como ir a casa de la abuela, en el pueblo, donde sabes que te van a cuidar mente y cuerpo; pero el primer día, a mi mente le pareció un castigo. Por un momento, sintió vértigo al saberse observada de forma constante. Allí estaba yo a todas horas, buscándola, obligándola a doblegarse, a ceder a los justos requerimientos de una filosofía lógica de vida. Mi mente echaba de menos la rutina, la pereza, su libre albedrío… No. Allí estaba yo para exigirla, para limpiarla de vicios, de pensamientos que me habían inundado de basura… y …poco a poco fuimos entendiéndonos. El cuerpo iba a sus anchas, bien cuidado con un menú donde ningún plato se repetía y todo caía en el plato recién hecho. Y por la tarde, gozaba de un baño en un río de ensueño, entre cuyas piedras circulaba rápida el agua y hasta lo masajeaba. Podía estirarse, nadar entre las sombras de los robles y las luces brillantes del espejo líquido de la superficie. Mi cuerpo estaba feliz y comenzó a llenarse, casi sin darme yo cuenta, de una vitalidad sana y positiva que hacía tiempo que no sentía.
-No voy a hacer amigos –dije antes de llegar a Tierra de Budas-. Ese no es mi objetivo. Quiero estar a solas conmigo misma.
Pero lo cierto es que los hice. Puede que no sean los amigos que se hacen poco a poco, compartiendo las experiencias de los años, esos que se conservan para siempre... o no. Puede que no sean esos que quieres hacer tuyos porque son “la repera limonera” de divertidos, al menos una temporada loca. Puede que tampoco sean esos que te “convienen” porque ya se sabe que a quien buen árbol se arrima… Lo cierto es que hice amigos. Desde mi enérgica y pelirroja compañera de habitación, hasta el último de los 13 aventureros que allí estábamos, se quedan en mi vida. Incluyo en esta cifra a nuestros maestros, David y Joana, que consiguieron hacernos cumplir con nuestros propósitos. Cada cual venía a lidiar con los fantasmas de su propia mente y, sin embargo, cuánto nos ayudó a todos saber que ninguno estaba solo! No fue un trabajo de equipo y sin embargo aprendimos todos juntos. Y a veces, solo a veces y muy bajito, alguno describía sus fantasmas. Entonces recibía el regalo de la escucha sin juicio pero sí con compasión.
No esperaba más… y aún aprendí más: amor, compasión, sabiduría como antídotos para el sufrimiento de los engaños del apego, el odio y la ignorancia; un canal que debo limpiar en mi cuerpo, desde el espacio hasta la tierra, para estar en equilibrio; una oración para recordarme que quiero felicidad para todos los seres y no solo para mí… son pinceladas de una filosofía budista en la que quiero seguir nadando.
Ahora ya sé cuáles van a ser mis siguientes pasos… porque mis tres joyas, cuerpo, mente y habla, están de acuerdo.
Crónica escrita por Ana Mª López, asistente al curso "Despierta" en Tierra de Budas.
Comment(1)-
Carmen Rayego says
18 de julio de 2019 at 16:51Eres maravillosa Ana, ojalá yo, me pudiese permitir algo así. Te envidio.