No sé porqué ni desde cuándo la práctica budista me ha cautivado. Y esta admiración, respeto y amor hacia ella son las que han provocado mi encuentro con Tierra de Budas, lugar de retiro, estudio, sabiduría, compasión y de amor, de muchísimo amor.
¿Qué me ha traído hasta aquí, hasta Tierra de Budas?
Si busco razones, podría ser que desde muy pequeña he buscado un camino espiritual que aunara grupo y al mismo tiempo autonomía y eso, lo he sentido en el budismo. Siempre me preguntaba y preguntaba qué por qué estábamos aquí y normalmente no solía encontrar una respuesta que calmara mi desasosiego. Las respuestas o eran completamente materialistas, egóticas o demasiado esotéricas para mi gusto. Pero nunca perdí las ganas y seguí buscando, pero sin demasiado resultado.
Un día, ya más mayor, una amiga me habló de una práctica que te permitía lograr la felicidad mental. Me dijo que meditaba y que si quería probar. Aunque algo así me inspiraba algunas dudas le dije que sí y me lancé al vacío. Como decía, me lancé por primera vez al vacío o mejor dicho, a la “llenitud” de mi mente. ¡Qué caos! ¡Qué difícil! Pero aun así, llegué a un estado de calma que por primera vez me hizo sentir en casa. Fue algo así como el flechazo del primer amor, algo que nunca se olvida.
¿Cómo podía volver a sentir algo así? ¿Cómo podía volver a casa? A partir de aquí, empecé un camino de búsqueda que me ha llevado a transitar por muchos tipos de prácticas, estudios, encuentros y desencuentros, lecturas, viajes, caminatas, charlas diurnas y nocturnas, músicas… Todos estos encuentros, muy positivos, me calmaban temporalmente. Nunca era capaz de incorporarlos a mi vida cotidiana, de hacerlos míos. Como si de un árbol se tratase, me sentía como una rama al vaivén sin tronco ni base alguna.

Y así ha sido como Tierra de Budas me ha encontrado a mí o yo la he encontrado a ella, qué más da. De forma inexplicable me sentí muy atraída por este lugar y sin pensármelo dos veces me apunté al retiro. Llegué estresada, cansada y sin saber realmente a qué me enfrentaba.
Tierra de Budas ha supuesto un punto de inflexión en mi vida. En estos cinco días, por primera vez he entendido qué significa meditar, por qué y para qué es importante. Es por-para ti y por-para el resto de seres vivos, conscientes. Y lo más importante es que me ha aportado una base y tronco a mi práctica cotidiana, por lo que por primera vez en mi vida forma parte de mi cotidianeidad y de mi futuro. Quiero seguir en esta senda.
Gracias a mis maestros, Joana Torró y David Novi. Gracias por todas las prácticas que nos habéis enseñado. Habéis convertido enseñanzas y prácticas milenarias en algo muy sencillo de entender. Gracias por vuestros análisis, consejos, cantos, música… y sobre todo por vuestra compasión, paciencia y amor hacia todos nosotros y nosotras. ¡Gracias!
Gracias a la dirección, a Amparo, por hacernos tan fácil la llegada. Gracias por tu paciencia, buen hacer y por todos los consejos que nos has dado. Gracias por ofrecernos un espacio tan bello donde poder retirarnos, estudiar, meditar y practicar. Y gracias por ofrecernos un menú vegetariano tan sabroso, nutritivo y variado. Gracias por haber preparado con tanto amor y cariño las habitaciones donde nos hospedamos. Se respira paz. ¡Gracias!
Gracias a los voluntarios y voluntarias que tanto nos han cuidado. No tengo palabras para agradecerles toda su ayuda, la comida tan sabrosa y que tan amorosamente nos han preparado. También les agradezco el cuidado y el esmero en la limpieza de nuestras habitaciones y del entorno del templo. ¡Gracias!
Gracias a los maestros Geshe Tsering Palden y a Geshe Ngawang Losel. Gracias por compartir con nosotros y nosotras su sabiduría, prácticas y su buen humor. ¡Gracias!
Y por último, gracias a todos mis compañeros y compañeras. Siento que hemos sido, somos y seremos una sangha maravillosa. Gracias por todas las charlas, consejos, risas, debates y meditaciones que hemos compartido. Espero que sean muchas más. ¡Gracias!
Os pienso siempre.
Crónica escrita por Raquel Rojo García de Lara, asistente al curso “Despierta” en Tierra de Budas.

Yo quise parar… y decidí estar sola y mirarme por dentro. Decidí que debía buscar mi solución dentro de mi mente. Muy pocos me entendieron. Incluso aquellos que me querían pensaron que era mucho más fácil echarle la culpa de mi tristeza a los demás. Pero yo sabía que la solución no podía pedírsela a los demás, que era yo la que debía encontrarme en mi fondo y sacarme de allí.
Pero lo cierto es que los hice. Puede que no sean los amigos que se hacen poco a poco, compartiendo las experiencias de los años, esos que se conservan para siempre… o no. Puede que no sean esos que quieres hacer tuyos porque son “la repera limonera” de divertidos, al menos una temporada loca. Puede que tampoco sean esos que te “convienen” porque ya se sabe que a quien buen árbol se arrima… Lo cierto es que hice amigos. Desde mi enérgica y pelirroja compañera de habitación, hasta el último de los 13 aventureros que allí estábamos, se quedan en mi vida. Incluyo en esta cifra a nuestros maestros, David y Joana, que consiguieron hacernos cumplir con nuestros propósitos. Cada cual venía a lidiar con los fantasmas de su propia mente y, sin embargo, cuánto nos ayudó a todos saber que ninguno estaba solo! No fue un trabajo de equipo y sin embargo aprendimos todos juntos. Y a veces, solo a veces y muy bajito, alguno describía sus fantasmas. Entonces recibía el regalo de la escucha sin juicio pero sí con compasión.